Es un símbolo de La Vecindad, un equipo de futbol que no sólo tiene representación en el futbol de veteranos, sino también en el futbol de salón con categorías formativas. Nacido en el corazón del Barrio Pietrobelli, Carlos «Calato» Maripillán se formó en el futbol callejero, hasta jugar muchos años en General Saavedra y también en Huracán.
Zapatillas gastadas, medias caídas, un pantalón corto que era dos talles más grande y una remera descolorida. Con 12 años, el recorrido de Calato Maripillán por las calles de Barrio Pietrobelli tenía destinos diferentes. Todo dependía de lo que se decidiera en rápida deliberación entre los 8 integrantes del grupo.
Tanto en verano, como en invierno, en realidad, en cualquier estación del año, la calle siempre fue su lugar. Como parte de una familia de 10 hermanos, Calato se educó con la pelota bajo la suela y los puños listos para defender a hermanos y amigos.
Pero fue esencialmente la pelota y no los guantes de boxeo, la que le dio un estilo de vida, una orientación para salir adelante.
«Crecimos con muchas necesidades como muchas familias de los barrios altos de Comodoro, pero más allá de todo, siempre se valora lo que nuestros padres nos pudieron dar. Después, con poco, lo importante era divertirse con hermanos y amigos. Lo hacíamos con nuestro juguete más lindo, la pelota», dijo Carlos Maripillán, en una entrevista telefónica en el programa «De punta a punta» de Radio Crónica.
A jugar al futbol en la planiza, los tanques o el Domingo Savio, se le agregaba aquellas aventuras en los cerros. Gomera en el pecho, juntar calafates y a recorrer el mundo. «Era algo muy de nuestro grupo de salir desde el Pietrobelli cruzar para el lado del Parque Saavedra y muchas veces llegar hasta Laprida. Ya de los 8 ó 9 años andábamos por todos lados».
Fue de esta manera, caminando, que llegaron hasta la cancha de Saavedra. Alguien los invitó a jugar en las inferiores y se quedaron toda una vida. «Éramos tres lo que empezamos a jugar y luego se nos fueron sumando otros amigos, llegamos a ser más de 10 los que cruzábamos el cerro desde el Pietrobelli para entrenar y jugar en Saavedra».
Varios años en las formativas hasta llegar a primera división, etapa que duró una década. «Jugamos en las dos categorías con Saavedra y tengo muy buenos recuerdos del club. En el principio, muchos nos miraban de reojo, nos decían los «indiecitos» que bajan del cerro. Pero después, con los años, nos adoptaron como hijos del barrio. Nosotros le dimos una identidad al futbol de Saavedra y los dirigentes y jugadores más grandes del club, nos dieron contención y también nos educaron para muchas cosas de la vida», recordó Carlos Maripillán.
Vendió diarios y mientras esperaba que la edición saliera pasada la medianoche, era parte de los «picados» en la calle. «Ahí aprendíamos a defendernos de los más grandes. Vendiendo diarios conocí todo el centro y muchas partes de la ciudad. A veces dormíamos en la calle, esperando que saliera el diario Crónica».
A los 27 años dejó Saavedra y tuvo un paso por Huracán de dos años. «Fue muy lindo jugar en el club del cual uno es hincha. Con 7 años, yo entraba al túnel de la vieja cancha de Huracán y les lustraba los botines a los jugadores. Hablo de los años 72, 73 y 74, cuando nos arreglábamos para pasar por cualquier huequito de la cancha».
Después de Huracán ya se vinculó con la Liga de Barrios, específicamente con Deportivo Estrella. «Jugamos provinciales con el club y también con la selección. Fuimos a varios lugares de la Provincia. Al mismo tiempo jugaba al futbol de salón para Tienda Goy, equipo con el que viajamos a Chile. El futbol siempre fue una gran parte de mi vida. Futbol y trabajo, porque a los 17 años ya estaba trabajando en una vidriería. Ahí aprendí el oficio y es mi manera de ganarme la vida».
Se forma La Vecindad, un ícono en el Barrio Pietrobelli. «Fue la manera de seguir con la tradición familiar y de amigos. Empezamos con el futbol de salón y luego en veteranos. Tenemos muchas familias que son parte de La Vecindad y que mantienen viva nuestra idea de jugar y divertirnos en una cancha. Hoy, La Vecindad es una buena parte de mi vida, de mi hermanos, cuñados, primos y fundamentalmente de mi familia».
Ahora, en estos tiempos de cuarentena obligatoria, es lógico que se extrañe la cancha. «Por supuesto, uno tiene unas ganas enormes de volver a jugar. Pero a todo esto que está pasando hay que tenerle mucho respeto. Se trata de cuidar la vida. Para jugar al futbol, a pesar que somos grandes, siempre habrá tiempo. Por lo menos yo, quiero seguir jugando durante mucho tiempo más».