Momentos que no se van

Si, como un auténtico Deja Vú. Así, lo viví. Esa sensación de haber visto y disfrutado una situación que en realidad se está produciendo por primera vez.
Futbol de veteranos, Súper Masters, categoría para mayores de 50 años (increíble seguir corriendo como un chico atrás de un pedazo de cuero). Pelota al piso, cabeza levantada y el grito del amigo de la cuadra, mi vecino, uno de los faros en la niñez y adolescencia: «Romy» Orquera.
«Tirála, tirála!!!», gritó mientras buscaba el espacio para recibir sin marcas. Y allá fue el pase, a la izquierda. «Romy» recibió, pivoteó y me llegó mansita la devolución.
Hace 45 años, la misma jugada, pero en el potrero que estaba frente a su casa. La canchita despareja y curvada, porque un loteo impidió que se mantenga como la habían creado los Navarro a paladas limpias. Era una canchita con forma de paréntesis, pero importaba poco. Se armaban triangulares o hasta cuadrangulares. Los arcos los hacíamos con un par de piedras.
«Diez minutos y el gol», era la regla. ¿Significado? El equipo que recibía el gol: afuera y que pase el siguiente. Si a los 10 minutos no había ganador, se tiraba al aire una piedra chata, salivada de un lado. «Mojado o seco», había que elegir.


En la curvada, «Romy» me enseñó a pegarle de chanfle, a hacer jueguito con las dos piernas, a poner el cuerpo para proteger la pelota. A tirarla bien alto y bajarla con el empeine. La volea, la rabona, el sombrerito, el enganche…
Y después íbamos a la canchita de Las Hermanas, la de Suárez, la de Pipo, el Mallín, las Tinieblas. Tiempos en los que el respeto se ganaba jugando bien a la pelota.
Pero con «Romy» también visitamos canchitas difíciles para jugar a las bolitas. Qué puntería tenía ese «cristiano»!!. Regresábamos con los bolsillos con más bolitas de las que me imaginaba podía tener en la lata de Leche Nido.


Tres años me lleva «Romy», asi que yo contento porque andaba en tierra de «gigantes». Con 8 ó 9 años me mezclaba con los de 11 ó 12 y si había algún problema, el amigo mayor saltaba para defender al discípulo.
También jugábamos a las «Cubi». ¿Cómo era? A las cubiertas viejas les poníamos agua adentro y conseguíamos dos palos de escoba. Uno de cada lado y a hacer carreras «manejando» la cubierta. Tremendo invento!!! O con las mismas «Cubi», hacer combates. En la subida de la calle Sucre, cinco con su cubierta arriba, otros cinco abajo, en la Potosí, esperando también con otra cubierta. Los de arriba se largaban con toda la furia, hasta soltarlas con una patada firme para que traspasen una línea de sentencia. Los de abajo a tratar de pararlas como sea, chocando con la cubierta propia o a las patadas limpias. Los golpes que nos dábamos!!.
A los Cowboys, con las carretillas de cabeza de capón o cordero. A las bombas de tierra, al trompo, la chanti, la tapadita, la payana, las figus, al carnaval…
Con «Romy» fuimos hasta los pozos de petróleo más lejanos para conseguir hilo de correas para los barriletes. Descubrimos plantas de calafates que se caían de «tan llenas» que estaban.
Con «Romy» aprendí a hacer mi primer barrilete con palos de caña o de álamo y bolsitas de Tienda Esly. Hice mi primera gomera con la liga que usaban las enfermeras para encontrar la vena donde iba la aguja de la inyección. Le poníamos «liguines» abajo del arco de la gomera. Enorme facha.
La vida nos dividió los caminos. Pero en cada encuentro, el abrazo resumía todas y cada una de las vivencias.
Apa!!! Otra vez se desmarcó y la va a pedir de nuevo. El centro va justito, pero el cabezazo da en un palo. En la cancha curvada, esa jugada se cobraba gol.