Para los que corren con el alma

_ Voy a correr para que se despierte…-. Betty tiró la frase mientras le pasa el mate a Gerardo en la media mañana de sábado. El matrimonio había regresado al departamento después de haber pasado la noche en el Hospital Regional. Todo ya se convirtió en un ritual desde hace tres semanas, más precisamente cuando el pequeño Franco entró en un trance del que no volvió pese al esfuerzo del cuerpo médico del bendito Regional.

El parte médico fue a la diez de la mañana.

_“Hay una obstrucción en parte occipital del cerebro. Es como una pequeña venita que impide la buena oxigenación y provocó el desmayo sin otro motivo. Lo vamos a tener con asistencia respiratoria, pueden pasar horas, días, meses. Hasta que se resuelva a favor…, o en contra. Médicamente hacemos lo que está a nuestro alcance, pero sólo la mano de Dios puede darnos una mejor noticia”.
Betty escucha como todos y cada uno de los 22 días que espera el arribo del médico que se esfuerza por encontrar las palabras justas para no faltar a la verdad y tampoco herir sin querer hacerlo. Betty escucha aferrada al brazo de Gerardo hasta marcarle el antebrazo con la punta de la uñas. Con el pie derecho repiquetea en el piso de baldosas que tiene ese aroma a desinfectante tan especial de los hospitales y clínicas. Un aroma que ya se le hizo costumbre y que la martiriza un poco. Que quiere dejar de sentir, pero que al mismo tiempo desea volver a percibir cada día, porque eso significa que Franquito sigue respirando.
Cuando Gerardo recibió el mate no prestó mucha atención a la frase que inició la charla. Pero antes de que la bombilla llegue a su boca, se frena de golpe. _ ¿Qué dijiste, Gordi??, que vas a correr?. Dónde???,- preguntó.

_ La maratón de Crónica. Voy a hacer los 6 kilómetros para que Franqui se despierte.-

Mientras lo dice, Betty sostiene la mirada de Gerardo que abre los ojos bien grandes, como si de ese modo escuchara mejor.

_ Pero si no hacés nada de ejercicio, te puede hacer mal. Faltan dos semanas, mirá si te pasa algo…-.

_ Hoy a la tarde salgo a caminar, después voy a trotar un poco con las chicas que van al Liceo y siempre me invitan. La semana que viene trato de caminar o correr los 6 kilómetros. ¿Qué me puede pasar, amor?. Nada malo. Hace mucho que no hago nada, pero jugué al vóley hace años y mi corazón aguanta. Si está aguantando todo lo que le pasa a Franqui, ¿cómo no va a aguantar 6 kilómetros?-.

Gerardo se da cuenta que nada puede hacer cambiar de opinión a Betty, así que enseguida empezó a aportar para lo que se venía como una esperanza más por Franco. _ A la tarde voy a pagar el teléfono, vení conmigo así compramos zapatillas cómodas, esas con colchón de aire y livianitas.
Betty sonríe y le da un beso. No hacen falta más palabras para demostrar que otra vez están juntos, como en cada noche de vigilia en el Regional, esperando que Franco abra los ojos, rodeado de juguetes y dibujos que le hicieron los compañeros del Jardin.
Busca unos cortos que tenía del verano pasado, esos deportivos que facilitan el movimiento. Una remera amplia y sale a caminar a las seis de la tarde. Era una manera de acortar los tiempos también, porque a las 20,00 otra vez al Regional para escuchar el parte médico antes de acomodarse en la reposera en la que pasa cada noche.
En esa misma vigilia, habla con Franco. Le toma la mano y le dice: _Hijo, voy a correr Crónica para que despiertes. Pero no me hagas hacer el esfuerzo al pedo, eh!!. Mirá que estoy gordita y me va a costar. Yo corro, llego y te despertás, ¿dale?. Dicen que la Rivadavia es brava. No le tengo miedo si vos me ayudás a subirla. Necesito eso, que me ayudes en la Rivadavia, después, la Alem la bajo rodando, jajaja.-
Bety suelta la carcajada con ganas y le parece que Franco hace una mueca en la comisura del lado derecho de la boca. _ Ahhh, viste que escuchás!!!, conmigo no te hagas el mimoso, eh!!!!.- y le da un beso en la mejilla.
Cinco de la tarde y los 29 grados de la tarde sabatina hacen transpirar a todo Comodoro. Betty ya está lista para la largada. Se puso atrás de todos.

_ Es increíble la cantidad de gente, ¿también harán promesas?-, piensa mientras revisa si los cordones están bien atados.

Se escucha la sirena del auto guía y por los parlantes se entera que los de adelante ya están largando. Ve a una señora que está cerca y con problemas para caminar. También a un hombre que tiene la pierna derecha muy rígida. Los tres se miran. No hace falta darse cuenta que están allí por razones parecidas. Betty les sonríe y estuvo a decirles algo, pero hay que trotar, entonces le encara a la bajada de la Namuncurá.
Los gritos de la gente hacen que no note que ya corrió el primer kilómetro. En la Avenida Tiburón escucha la voz de una vecina: _Vamos, Betty!!!-. Y le da un poquito más de ritmo al trote. Mira el mar al costado derecho. Está tan azul que parece la continuidad del cielo. Nunca lo había visto tan lindo.
Ya está llegando a la Estación de Servicio “Rodrigo” cuando nota que la media del pie derecho le provoca una molestia. Piensa en parar y acomodarla, pero mejor no, porque el cuerpo se puede enfriar y va a costar recuperar el ritmo.
La gente la alienta, hasta cree que todos saben o sospechan que corre por Franquito. Entonces es como que le cuesta menos, siente como si alguien la tomara de la mano y le ayuda a trotar, pero la media sigue molestando.
Dobla en La Anónima, levanta la vista y ve como el río humano de atletas va subiendo la Avenida Rivadavia. Mete un suspiro, llena de aire los pulmones, agacha la cabeza y trota. Sólo trota.
Va pensando en las canciones infantiles que le gustan a Franco, en la bandera de jardín que llevó en los actos del año pasado. En cómo le gusta patear la pelota contra la medianera y en cómo la hizo renegar por las macetas rotas. _ No importan, las macetas, Franquito, despertáte y rompé todas las que quieras, en serio te digo, todas las que quieras-, repite mientras cruza por la Pellegrini.
Y empieza a trepar la Rivadavia, la media sigue molestando. Llega hasta la Catedral, otra vez vuelve a levantar la vista y se imagina a Franco en lo más alto, con una botella de agua.
_ Dale, Dios mío, te juro que no te pido nada más hasta que me muera, devolveme a Franco-, otra vez habla en voz alta y una chica que trota al lado, cree que le estaba hablando a ella.
Y sube. Pasa Belgrano, la gente le ofrece agua, pero no quiere. Es que allá arriba está el agua de Franco, esa es la que quiere. Casi se detiene en la Italia, camina diez pasos y escucha otro: _ Dale, Betty!!!-. Es una mamá del Jardín que está en el boulevard. No tiene idea de dónde saca fuerzas, pero sigue trotando. La zapatilla derecha empieza a apretar mucho. La media se mueve demasiado, pero no dá para parar. Hay que seguir.
Chacabuco es el sector más bravo, pero Betty no levanta la cabeza, mira las Nike fucsia que Gerardo le compró en 6 cuotas. Sólo tiene que trotar y terminar entera porque a las 20 le dan otro parte y porque a la noche le tiene que contar a Franco cómo había sido correr Crónica. Le va a decir lo de la gente en las calles, de los gritos de aliento. Todo le quiere contar.
Cientos de miradas la acompañan hasta la Avenida Alsina, quiere mirar hacia atrás para ver lo que había trepado, pero no puede perder tiempo. El sol pega de frente y los 29 grados piden agua. Un nene sostiene a una botella en el cordón de la vereda y se la ofrece, _ Gracias hijo mío-, dice y sigue. Faltan tres cuadras para la bendita Alem, la del descenso, la que tiene que bajar rodando piensa, y aunque está exhausta, se permite una sonrisa.
La media sigue haciendo daño, la Nike le roza en el tendón de Aquiles y le arde. Pero hay que seguir. Ya no falta mucho y todo es bajada. Hay sombras de las construcciones de la Alem y corre del lado derecho. Se mira el brazo y está colorado por el sol. Ahí se dio cuenta que no se puso bloqueador. Pero no le arde como el pie derecho.
Y ve la gente a los costados. Le gritan: _ vamos que queda poco!!-. A ella le parece que va bajando a una velocidad increíble, pero justo la pasa un brasileño, flaquito, piernas largas. _ Así va a ser Franco cuando sea grande, flaco y alto”, se dice a sí misma.
No siente los latidos del corazón, los escucha. Está casi sin aire, la zapatilla sigue apretando y rozando el tendón. La media hace arder la planta del pie. Pero sigue. Tiene que llegar.
Pasa por el Sindicato del Petróleo en el último tramo de la calle Alem, quedan dos cuadras, nada más que eso para que Franco se despierte. Y lo hace con lo que le queda. Dobla en Namuncurá y divisa el arco de llegada. Ya no puede pensar, no puede correr, pero corre. Pasa la línea de llegada, casi no ve. Busca a Gerardo, lo encuentra más abajo con los brazos abiertos. Cuando está a tres metros del abrazo, ya no ve nada más.
Así recuerda Betty, su primera participación en Crónica. Lo hace mientras cose el número 234 en una musculosa color verde. Sale del recuerdo cuando escucha algo que se rompe. Otra maceta piensa y en lugar de retar, se ríe a carcajadas. _ Dale Franqui, dejá la pelota que se te hace tardeeee!!. Los Pulguitas largan a la una!!!!.

Alejandro Carrizo